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Archive for the ‘Autores invitados’ Category

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De improviso una fuerte corriente perturbó las dóciles aguas del río en donde se bañaba Ignacio. Su grito de pánico se confundió con ellas. Sus amigos, que estaban un poco lejos, no lo escucharon. En seguida fue arrastrado unos cuantos metros sin que pudiera asirse a nada. Casualmente, las lianas de un árbol, se mecieron por el viento y estuvieron al alcance de sus manos. Con agilidad asombrosa se aferró a ellas y, haciendo esfuerzos enormes, pudo alcanzar la orilla.

Ignacio miró con espanto las aguas furiosas y se dijo que había tenido suerte de haber podido agarrarse a las lianas. Subió lentamente por la orilla, pero, a veces miraba espantado hacia el río. Pensó que debía haber llovido mucho en la parte alta para que las aguas se deslizaran tan enfangadas y violentas. Advirtió cómo a su alrededor los rayos del sol bañaban las plantas y estaba el ambiente tan normal, que, asombrado, le pareció todo lo sucedido muy incomprensible. Siguió caminando y pensó que sus amigos estarían inquietos buscándolo. Al fin los escuchó echándoles voces.

—Aquí estoy —les respondió y caminó en dirección a ellos.

— ¡Ignacio, cómo te hemos buscado; pensábamos que te habías ahogado! —dijo casi llorando Alberto, y Noel lo abrazó con tanta fuerza que creyó que lo ahogaría.

—Nosotros estábamos entretenidos mirando un nido de zorzal —dijo Ignacio y se quedó pensativo, luego añadió— las aguas estaban tan tranquilas que no pudimos imaginar que…

—Fue todo tan inesperado, la naturaleza es tan…

—Impredecible, como dice mi mamá —completó Noel.

Y los tres se quedaron mirando asustados las frenéticas aguas, sin saber la manera de pasar a la otra orilla.

Un pez saltó en el agua, no era como otro cualquiera: en vez de aletas tenía alas, ¡pero qué alas tan preciosas! Y el pez les habló.

—Los llevaré a la otra margen del río. Súbanse en mi lomo. No se entretengan revisando mis ale… digo, mis alas, pues podrían caerse.

Los niños se miraron perplejos. Sin embargo, un aguacero espontáneo los hizo decidirse a trepar al pez, el cual los trasladó en seguida a la orilla opuesta. En cuanto se bajaron de este, una nube lo alzó y, cuando estuvo a cierta altura, desplegó completamente sus alas y los múltiples colores reflejados en ellas le dieron la semejanza de un arcoíris gigante que, según se iba empinando, parecía esparcir sus matices por el firmamento.

Los niños se quedaron extasiados mirándolo hasta verlo desaparecer. Al mirar otra vez al río, vieron sorprendidos, cómo las que fueron unas ruidosas y enturbiadas aguas, se habían tornado nuevamente transparentes y mansas. Aseguraron que solo el pez con alas lo pudo haber hecho posible. Entonces regresaron a sus casas y esa noche no se durmieron fácilmente porque tenían en su memoria aquellas alas bellas.

 

Gisela de la Torre  Montoya, escritora de literatura infantil de de Stgo de Cuba, Cuba

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1716477380_93b86e6584   Un caracol gustaba burlarse de las moscas cuando las veía huir de las lagartijas para que no se las comieran y les gritaba que eran unas cobardes. —Te burlas de nosotras porque puedes esconderte en tu concha y resguardar tu cuerpo de tus depredadores, mientras que nosotras no tenemos esa opción, sin embargo, muchas veces escapamos de ellas porque somos ágiles —le dijo indignada una de ellas. —No solo me burlo de ustedes por eso, sino también porque tienen colores feos ¡Mira los míos que lindos son! —y comenzó a retirarse. No había andado mucho cuando una bruja lo vio y dijo: —Este es el caracol que andaba buscado desde hace tiempo. Por sus bonitos colores será más efectivo para mis pócimas —y lo agarró sin que este le diera tiempo a escapar. Entonces las moscas le gritaron al caracol: —Nos favoreció ser cobardes,  aunque no lo somos, y feas, como nos llamaste, porque sí tenemos otros encantos —le gritaron las moscas al vanidoso caracol—. Sin embargo, tú por lento y atractivo caíste en manos de quien te hará lo mismo que las lagartijas pretendieron hacer con nosotras —y lanzando carcajadas fueron detrás de la bruja

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Rana 1

Recordaba la imagen  que había visto tantas veces reflejada  en el agua, enamorado de ella,  pasaba las  noches lanzando suspiros. Desde su escondite, al verla pasar, le obsequiaba piropos cada vez más tiernos.

Cuca se preguntaba quién le prodigaba palabras tan bellas y atraída por las galanterías comenzó a sentir curiosidad.

— ¿Acaso no tienes valor para decirme de frente lo que sientes? —preguntó un día,  pero el silencio la  hizo alejarse. Hasta que en la siguiente ocasión él se hinchó y saltó.

— Soy yo, mi reina   —contestó en un arrullo, y haciendo reverencia, repitió las palabras que tantas veces había dicho.

— ¿Por qué no me hablaste de frente? ¡Me has cautivado!

La miró con los ojos desorbitados  en los que se reflejaba el correr de las aguas.

— ¿Acaso no te das cuenta por qué?

—No.

—Por mi rostro.

—No me importa el rostro, sino los sentimientos.

Torpemente la ciega rana se acercó al sapo. El croar inundó el río hasta levantar a los pájaros del bosque, que en su aletear desgranaron la noche. Solo un instante bastó, para escuchar el sonido de un beso.

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…….Hace muchos años, en un lugar lejano, al final de la tierra, en un país llamado Chile, había una Villa llamada Mac-Iver, era un lugar tranquilo, corría  aire tibio,  olía siempre a cardenales, con muchas casas de un solo piso pintadas de diferentes colores: verde, rosa y amarillo, allí vivían varias familias con sus hijos, cada una tenía entre 6 a 12 hijos. Al centro de la villa, existía una plaza con frondosos árboles, tres columpios de madera;  balancines de metal  pintados de color celeste; columpios y dos altos resbalines; al terminar la plaza de juegos, a un costado, existía una gran piscina donde los niños solían bañarse por las tardes, luego del colegio, para escapar del calor. Era el lugar preferido de todos los niños que habitaban la Villa, conversaban, saltaban, jugaban con una pelota a “las naciones”, al “corre el anillo”, se reían, eran felices, les gustaba mucho estar juntos; ellos añoraban la hora para encontrarse  con sus amigos y jugar hasta el anochecer.

Entre todos aquellos niños, había una que sobresalía de todos, era más alta, delgada, de tez blanca, pelo castaño y profundos y vivaces ojos color miel, se llamaba Nalvia. La  energía de su risa era contagiosa, ella era feliz….pero quería más, ella quería que todos los niños del mundo pudiesen tener una linda plaza donde jugar y siempre decía, “cuando sea grande pediré a los presidentes de la tierra que todos los niños tengan un lugar hermoso para jugar, una plaza hermosa como esta, con flores y colores, un lugar donde saltar y reir; todos los niños de la tierra merecen ser felices y jugar en paz. Cuando sea grande decía…….”

Pasaron los años y Nalvia creció, se transformó en una hermosa mujer, que seguía asistiendo a la plaza junto a todos aquellos niños que se transformaron en jóvenes, pero –aunque ella tenía de todo- sentía que necesitaba más, veía que muy cerca de su villa habían más niños que vivían sin plazas, ella sentía que le faltaba algo…….quería hacer más, quería hacer algo por esos niños pobres, quería ayudarlos a tener sus propias plazas……sus lugares donde jugar, entonces se le ocurrió invitar a sus jóvenes amigos a trabajar, a hacer otras plazas, para otros niños… ella ahora se subía al alto resbalín para invitar a aquellos jóvenes amigos a construir más plazas, para los niños pobres que vivían en casas muy muy pequeñas y que no tenían un espacio donde jugar.  Nalvia solicitaba palas, madera, árboles, flores, para llevarlos a lugares cercanos donde vivían niños en casas con mucha tierra, casas grises, sin colores.

Cuando se sintieron  preparados, partieron con sus implementos a hacer  otra plaza, los niños de allí los recibían felices… pero,  al  terminar su obra, vieron que  tres cuadras más allá, había más niños que no tenían plaza.

Nalvia una vez más dijo, “vamos a trabajar, somos jóvenes podemos hacerlo, juntemos mas madera, más árboles, más flores y vamos a hacer otra plaza. Los  jóvenes la siguieron, se sentían contentos cuando terminaban una plaza…y veían la felicidad de los niños.

Así  pasaba el tiempo y un día,  cuando estaba haciendo su tercera plaza, mientras sacaba  tierra con su pala, de repente Nalvia escuchó una voz que preguntaba:

–      ¿Quién es la líder?, ¿quíen ordena hacer esta plaza?, ¿quienes son ustedes?

Nalvia levantó la vista y vio a un  joven delgado de largos cabellos negros, de tez mate, que  vestía  jeans y camisa de color amaranto. El muchacho  tenía unos prominentes bigotes, unos profundos  ojos café, …Nalvia se sintió paralizada por él, y apenas con su cuerpo temblando de emoción pudo responder:

-Pues yo” – respondió.

– Bien -dijo él, con voz profunda y segura-, yo tengo un sueño y es que todos los niños del mundo puedan jugar libres y en paz en las plazas, con muchas flores.

-Ese también es mi sueño – explicó Nalvia.

 Entonces  el, tímidamente, preguntó:

–      ¿Puedo ayudarte? – Ella sonrió y asintió.

Desde aquel día nació un gran y profundo amor entre ambos, se enamoraron para toda la vida y juraron no separarse jamás, se prometieron que juntos harían  plazas para todos  los niños que las necesitaran.

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Supongo que todos tienen uno, un vecino raro quiero decir, ¿no lo crees? Es que cuando llegas a un lugar nuevo siempre puedes esperar de todo, desde la vieja copuchenta, de esas que empiezan el día temprano y lo terminan últimas para no perderse de nada.  El tipo huraño, ese es particularmente complicado cuando eres niño, porque lo molesta todo, los juegos, las risas, los gritos, siempre está a punto de explotar.

Verás yo se mucho de estos personajes, porque solía ser siempre el chico nuevo.  Mi papá era vendedor: el encontraba cosas en los lugares más extraños para venderlas a tiendas de antigüedades, siempre fue mejor en eso, a veces yo iba con él a casas de personas que habían muerto repentinamente y sus parientes realizaban ventas de garaje para separarse de sus pertenencias. Yo personalmente encontraba que la mayoría eran baratijas, pero el veía en algunos objetos cosas que la mayoría de nosotros no ve, veía lo bello que podía ser para alguien más, y eso les diré, si que es un talento.

Era debido al empleo de mi padre que debíamos viajar mucho, a mamá y papá no les gustaba la idea de que estuviéramos separados, por lo que cada cierto tiempo, partíamos a una nueva localidad buscando nuevos tesoros y por ende, una nueva vida.

Íbamos camino al norte ese verano, mamá cumplía 8 meses de embarazo y las molestias aumentaban, por lo que papá decidió parar en alguna ciudad hasta que mi hermano naciera.  Así llegamos a un balneario pequeño que mi papá encontró adecuado.  Era como diría mamá: Encantador.

No era una gran cuidad, pero según mamá era un buen lugar para que bebé comenzara su vida.  Aunque ella no lo dijera, la vida de nómades no era precisamente lo suyo, nuevas casas todos los años, nuevos colegios, nuevos recorridos, nuevo todo. Y para ella la idea de sentar cabeza en una pequeña ciudad como esa era simplemente un sueño, y por lo menos si un hijo suyo nacía ahí, un pedacito de nosotros siempre pertenecería a ese lugar.

¿Y yo dices?, a mi en realidad me gustaba esa vida. Había algo mágico en poder empezar de nuevo una y otra vez, no era fácil claro, pero me gustaba muchísimo.

Esa mañana mamá se encontraba desempacando junto a papá, se habían despertado tarde esa mañana y siendo que yo ya había ordenado todas mis cosas, decidí salir a caminar y conocer el lugar.  Parecía como si nadie viviera allí, nadie de mi edad por lo menos, toda persona que me encontraba en la calle parecía de la edad de mis padres o incluso mayor.  Es como que hubiéramos varado en una isla de retiro para parejas, ¿A qué lugar me habían traído.  Deambule por algunas horas hasta que por fin encontré un grupo de chicos que lucían de mi edad, así que me acerque a ellos para presentarme, cuando pasas tan poco en un lugar como nosotros lo hacíamos tenías que ser rápido haciendo amigos.

–          Hola me llamo Gonzalo, llegamos recién con mi familia.

–          Siiiii… mamá andaba parloteando de una carcacha que estaba estacionada en la casa del final de la calle, ¿supongo que esa es tuya?

–          La verdad ese es un error de apreciación.  Esa “carcacha” de la que hablas es en verdad un clásico.

–          Lo que sea. Hablas raro tú. Así como viejo.

Todos rieron a carcajadas.

–          Bueno como decía llegamos anoche y estaba dando un paseo para encontrar alguien con quién poder conversar.

–          Bueno, aquí no lo encontrarás, nosotros no hablamos con “clásicos”.

Las risas explotaron nuevamente, los chicos se pusieron de pie y se alejaron.

–          Pierdes tu tiempo.

–          ¿Cómo?, disculpa no te había visto ahí.

–          No te preocupes, nadie lo hace.  Te decía que pierdes tu tiempo con ellos, les gusta lo “exclusivo”.  Esta parte del balneario está llena de gente rica que pasa sus veranos en la playa, y se podría decir que no es del tipo de gente a la que le gusta lo diferente.

–          Así veo, pero tú pareces distinto. Un gusto, yo soy Gonzalo.

–          Pablo… mi nombre es Pablo.

Pablo fue un verdadero descubrimiento, de esos que hacía mi padre.  Por primera vez era yo el que veía eso tan especial que mi papá buscaba por todo el país.

Pasamos toda esa mañana caminando por el bosque.  Pablo me mostró unos lugares geniales.  Aún recuerdo el crujido de las ramas bajo nuestros pies, y el fresco en mi frente debido al sudor por la larga caminata.

Llegué a la hora de almuerzo a casa. Mis padres bailaban en la cocina, parecía que habían tenido una mañana tan buena como la mía.  Les conté sobre mi nuevo amigo y los lugares que había conocido y ellos parecían contentos de ver lo en casa que me sentía.  Con Pablo habíamos quedado de vernos esa tarde, ya que me llevaría a un lugar donde se podían ver peces espectaculares, así que devoré mi almuerzo y partí corriendo a su encuentro, fue cuando estaba en el umbral de la puerta que me detuve por algo que aún ahora no entiendo que fue.  ¿Un presentimiento tal vez?, pero no pude irme sin antes preguntarle a mamá que haría esa tarde:

–          Estaré aquí supongo, tu padre irá a revisar una feria en una pueblo cercano, no irás con el por lo visto, que lástima, adora que lo acompañes.

Cuando llegué al camino Pablo ya se encontraba ahí sentado junto a un árbol tomando el fresco.  El no era como los demás niños, y eso lo digo sabiendo que yo no era precisamente el chico más normal de la calle, de ninguna calle en verdad. Pablo era cómo decirlo, sereno, sí, esa es la palabra, no se agitaba con nada, incluso cuando se reía a carcajadas lo hacía con calma.  Hay algo acerca de los niños, como que siempre están ansiosos, no se cansan nunca de ver cosas nuevas y están expectantes todo el tiempo, sin embargo Pablo no era así, como si el ya no tuviera esas ansias, como si ya lo hubiera visto todo..

Luego de encontrarnos el me llevó a la costa, más lejos del pueblo de lo que esperaba.  La bajada de tierra y rocas era empinada y el sol golpeaba en nuestras espaldas como que estuviera enojado por algo aquel día, pero Pablo conocía todos los pasos y los trucos para bajar, se notaba que los habían hecho cientos de veces.  Ya se sentía humedad y debido a los roqueríos gozábamos de un poco de sombra.

–          Ese es el lugar Gonzalo, mira esos colores.

En verdad era impresionante, aquellos peces parecían frutas tropicales de tantos colores que lucían.  Pablo conocía todos sus nombres, hablaba del mar como si lo estudiara por años, esos contenidos ciertamente a mi no me los habían pasado en la escuela.  Luego nos sacamos los zapatos y nos remangamos los pantalones para adentrarnos en el mar.  El agua estaba heladísima, pero Pablo no parecía verse afectado, en cuanto a mí, los labios me tiritaban.  El simplemente se reía, debe haber pensado que era un citadino tonto, traté luego de contener el frío.  Paso el rato y decidimos tirarnos en la arena y Pablo tomo una actitud distante, se incorporo y mirando el mar apoyó sus brazos en sus rodillas flectadas.

–          ¿Pasa algo?

–          Lo he pasado muy bien esta tarde Gonzalo.  Hace mucho que no tenía tan buena compañía.

–          Si lo se… deberíamos continuar por la costa hacia el norte a ver que encontramos.

–          Creo que ya es hora de que vuelvas a casa.

–          Pero si es muy temprano, mi madre sabe que estoy aquí y no me espera hasta tarde.

–          Por eso mismo deberías volver, puede que necesite algo.

–          Mmmm… bueno si, podría ser. Podrías ir a casa mañana en la tarde, ¿Qué te parece?

–          Allí estaré.

–          ¡Genial!, te espero entonces.

Corrí a casa como nunca, me sentía lleno de vida, como si nada ni nadie pudiera contra mí.  Pero al llegar a la calle de mi casa un dolor invadió mi pecho y un sudor frío se caló por mi espalda. No se como recorrí los últimos metro, sentía como si algo me llevara a la casa.  Todo pasó tan rápido: mamá estaba tendida en el piso, cuando me acerque me estrechó la mano y con lágrimas en los ojos agradeció a Dios de verme.  Salí de la casa gritando y toqué la puerta de la casa del al lado, salió un hombre junto a su hija y al ver el estado en que estaba me siguieron a la casa.  El hombre asustado fue a hacer partir el auto mientras su hija y yo nos quedamos junto a mamá.

–          ¿Cuántos meses tiene?

–          Esta finalizando el 7° mes.

El hombre nos condujo hasta el hospital y su hija llamo a alguien para que trajera una camilla, ella junto con un doctor se llevaron a mi madre.

–          Chico, ¿dónde está tu padre?

–          En una feria en otro pueblo.  ¿Y si llega a casa y no nos encuentra?

–          No te preocupes, yo volveré y esperaré a tu padre.

Cuando papá llegó al hospital parecía estar fuera de si, me estrechó entre sus brazos y corrió a la recepción para saber de mamá.  Pasaron un par de horas antes de tener noticias.  Entonces salió a nuestro encuentro la hija del hombre de al lado, resultó ser que ella era enfermera en el hospital.

–          Su esposa está bien, debimos adelantar el parto debido a unas complicaciones, pero no se preocupe, todo salió bien.

Tomó a papá del brazo y nos guío hasta un ventanal que daba a una sala, allí dentro de una incubadora se encontraba un pequeño bebé, el más pequeño que hubiera visto nunca. Por fin mi papá soltó un suspiro largo y me tomo con fuerza de la mano.

–          Ahí esta tu hermano, Gonzalo.

Paso una semana antes de que mamá y mi hermano pudieran volver a casa.  Papá estaba muy ansioso y cuando la vio bajar del auto del vecino estalló en risa.  Ambos corrimos a su encuentro y la abrazamos fuerte al llegar a ella; Se veía hermosa, brillaba como nunca esa mañana y el pequeñito en sus brazos dormitaba con calma al ritmo de su respiración.

Entramos a casa acompañados del vecino y su hija que habían traído a mamá desde el hospital.  Todos hablaban y reían, nos sentamos a comer y la alegría nos siguió a la mesa.

–          Es afortunada, si Gonzalo no hubiera llegado a esa hora,  no estaríamos celebrando ahora.

–          Fue mi amigo… o no lo creo, lo olvidé por completo, el vino y no estuve aquí, todos esos días en el hospital.

–          Gonzalo,  hijo, qué es lo que murmuras.

–          Que yo estaba con Pablo abajo en los roqueríos donde termina el camino, lo pasábamos tan bien y el de repente me dijo que volviera a casa, que mamá podía necesitar algo, sólo por eso volví antes.

–          ¿Disculpa, Pablo dijiste?

–          Si mi amigo.

Pasaron los días y Pablo no aparecía por ningún lado, así que decidí bajar a los roqueríos para ver si lo encontraba allí, ya que no sabía donde vivía. Caminé el largo trecho y baje la empinada bajada hasta el lugar donde mi amigo me había mostrado su pequeño mundo marino.  Fue una sorpresa cuando en vez de encontrar a mi amigo, encontré sentada en la orilla, a la hija del vecino, la enfermera.

–          Gonzalo, que alegría verte.

–          Si, no esperaba… es que creí que encontraría a alguien aquí

–          Si, yo también pensé que podría encontrar a alguien aquí.  Ese amigo tuyo, Pablo era su nombre ¿no?

–          ¡Si!, a él esperaba, es que le dije que lo vería al día siguiente de lo ocurrido a mamá, pero lo olvidé, creo que está enojado.

–          Es extraño, pero yo tenía un hermano que se llamaba Pablo. Era un chico como de tu edad cuando solía venir para acá, nunca creímos… no sé, hay cosas que uno no se espera.

–          ¿En serio?, y donde está el ahora, no lo hemos conocido desde que llegamos.

–          Bueno, paso que… el murió cuando niño. Era un niño tan bueno, así como tú.  El se resbalo en unas rocas un poco más allá.  Se suponía que yo vendría con el ese día, pero decidí salir con unas amigas

–          Lo siento tanto.  Pero estuviste ahí cuando mamá te necesitó.

–          Si, tienes razón

Creo que la niñez no me dejó ver entonces, puede que haya sido nada más que una coincidencia, pero gracias a mi amigo, es que aquella chica estuvo ahí para salvar a mi hermanito y es gracias a él que yo estuve ahí para encontrarla.

Paso el verano de forma agitada, el bebé, una nueva mudanza, todo paso tan rápido.

Nunca más supe de mi amigo, pero lo recuerdo todos los días cuando veo a mi hermano menor, Pablo.

Por: Miranda Mayne-Nicholls Verdi

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Era un caluroso 23 de diciembre, tan sofocante como suelen ser las vísperas navideñas en esta parte del globo y tan ajetreadas como siempre. Miguel se encontraba recostado en el césped de la plaza cercana a su hogar como solía hacerlo en espera de su mejor amigo. Caminó desde su casa por la vereda norte y cruzó el paso de cebra dando la vuelta a un farol para llegar ahí, y como de costumbre escogió tenderse junto al mismo árbol que le daba sombra a todas sus tardes de verano. Cómo pueden ver, no era sino otra tarde como cualquiera, sin sorpresas ni sobresaltos. Pero a diferencia de otros 23 de diciembre, este en particular guardaba una preocupación muy grande para Miguel, por mucho que al parecer de otros no fueran más que niñerías. Toda su preocupación claro, partió algunos días antes, para ser exactos el 12 de Diciembre: Miguel se encontraba haciendo las compras navideñas con su madre, como ya era una tradición, todos los segundos sábados de diciembre por la mañana. Desde que el podía recordar; la familia de Miguel era muy estricta cuando de costumbres y hábitos de trataba, sus rutinas eran seguidas al pie de la letra, semana tras semana y los detalles de último minuto ni siquiera existían para ellos, todo tenía su tiempo y lugar. En fin, como iba diciendo, pasaban por la sección de perfumería a eso de las 11.30, para que Josefa, la madre de Miguel, hiciera su ronda habitual para ver los perfumes que tanto le gustaban, todo en orden, todo como cualquier segundo sábado previo a navidad, sin embargo, fue entonces que los más inesperado pasó, Josefa emocionada encontró su perfume favorito en oferta, nunca en la vida habían visto aquel perfume en oferta, más en ese día en particular y sucedía que debido a la terrible bancarrota de la marca del perfume en cuestión, la tienda estaba rematando los últimos ejemplares de la fragancia. En un frenesí femenino, muy poco común en Josefa, decidió en aquel momento salirse del exacto presupuesto mensual – debía comprar este perfume en mes y medio más – y comprarlo en ese mismo instante, Miguel se sintió extrañísimo, como si la música de la orquesta desafinara o si la película se saltara una escena. Lo siguiente pasó muy rápido: Josefa tomó el perfume y quiso ir a la caja donde siempre compraba, pero cómo no, no era el día en que ella siempre compraba su perfume, la caja no estaba ni siquiera abierta a esa hora, una vendedora le indicó que bajara un piso, así que a trompicones tomó de la mano a Miguel y lo guió a las escaleras. Cómo nunca pasaba, se devolverían un piso para realizar la compra, y entre anaqueles y góndolas, Josefa logró divisar una cajera libre. Corrieron a su encuentro y en un descuido de un minuto, Miguel se soltó de su mano y siguió caminando por el pasillo. Rumas de cajas se elevaban a ambos lados del pasillo y al final de este una luz rojo cegaba a Miguel, quién pese a darse cuenta de que se alejaba más y más de su madre, siguió caminando hasta el final. Era hermosa, no, era sublime, era la bicicleta más perfecta que podría haber imaginado Miguel. Un raro espécimen en rojo metalizado con el manubrio en cuero blanco y una palanca de cambio cromada con la bandera de Francia grabada en la superficie, una edición limitada que celebraba el aniversario de no sé qué, aunque para Miguel ese detalle no tenía ni la más mínima importancia, porque era simplemente una belleza. Miguel ya levitaba hipnotizado por aquella sirena de dos ruedas cuando Josefa lo bajó de un tirón dándole una palmada en la cabeza. – ¿Y tú donde te habías metido?, ya, vámonos, que las compras están listas y debemos regresar a casa. – Es que… ella… Francia… – Por Dios niño, ¿Qué estás balbuceando?… Aaaaah, ya entiendo. Miguel sabes perfectamente que con tu padre ya tenemos tus regalos, no podríamos hacer tal desarreglo a estas alturas. – Pero mamá, ¿no podrías consultarle?, a fin de cuentas, la fiesta es por dos. – Está bien, pero no te prometo nada. El camino a casa fue sin duda silencioso, Josefa recorrió las calles de siempre y Miguel observaba las ya conocidas vistas del viaje, mas su cabeza esa mañana estaba en otro planeta. Para todos nosotros la navidad es una fecha especial sin duda, sin embargo para Miguel, tenía otro significado paralelo que vale la pena considerar para entender su predicamento: Otros padres podrían considerar dejar el obsequio ya comprado para su cumpleaños y colar la bicicleta en navidad, pero el asunto es que para Miguel su cumpleaños y navidad, bueno, es que son el mismo día. Josefa y Carlos – padres de Miguel- se escapaban cada año durante la hora de colación de Carlos, el primer miércoles de diciembre del año, y compran un regalo grande y otro pequeño para celebrar ambas festividades, luego Miguel acompaña a su madre a ver los regalos de los demás. Dos regalos, eso era todo los que repetía en su cabeza, dos regalos que desde hace días se encontraban acomodados bajo el árbol de navidad en su casa, y dos regalos que sin lugar a dudas no parecían un bicicleta por ningún ángulo visible. ¿Era todo?, ¿Había conocido el amor en aquella belleza demasiado tarde?, ¿Es que acaso este cuento iba a ser así de amargo? – Pero Miguel, tú tienes suerte, mis padres todos los años me dan un regalo para navidad y la mayoría de las veces apesta, ¡corrección!, apesta todas las veces. – Es que no entiendes Pablo, el asunto que no hay otra oportunidad, tus padres tienen tiempo de resarcirse entre festividades, lo mío es lo que hay ese día y nada más. – Cómo digas, pero creo que exageras, ¿Y si tus papás te dan algo aún mejor? – Ya veremos. Al llegar el 23 de Diciembre los nervios de Miguel ya llegaban a estado crítico, seguía sin aparecer señal de la bicicleta soñada y su madre no parecía tener ningún interés en salir a comprar algún regalo de último minuto. Pero claro que Miguel no dejó las cosas al azar, no podía esperar que su futuro quedara en las manos de sus padres, en especial con lo poco sorpresivos que solían ser Carlos y Josefa. Las señales no fueron para nada sutiles, folletos marcados en rojo en el baño, fotos de bicicletas pegados al espejo retrovisor del automóvil de su padre y qué decir de la repentina obsesión de Miguel por Francia, había banderas por todos lados e incluso, en un ataque lingüístico, Miguel comenzó a saludar a todos en casa por “madame” y “monsieur”, únicas dos palabras en francés que conocía. La mañana del 24, Carlos, el padre de Miguel, no trabajaba así que la familia completa se sentó junta a la mesa para tener un desayuno de víspera de navidad. El desayuno iba viento en popa, la hermana mayor de Miguel estaba relatando una divertida anécdota de la universidad y todos escuchaban atentos, todos excepto Miguel que había decidido hacer una ridícula huelga justamente en nochebuena, no hablaba, no comía y peor aún, miraba con desdén la mesa como si tuviera algo mejor que hacer y su familia lo estuviera reteniendo a la fuerza. Su padre, cansado de aquella actitud, posó su tasa en el platillo con cierta fuerza y lo miró directamente. – Miguel, ya deja esa actitud que no te llevará a ninguna parte. Con tu madre nos esforzamos muchos para comprarte los regalos que están bajo el árbol y este comportamiento nos hace sentir cómo que eso no te importa. – ¡Pues claro que no me importa, yo quería la bici! Miguel soltó aquella bomba y salió corriendo fuera de casa y calle abajo, su padre lo siguió la primera cuadra y media, pero siendo un hombre grueso, no pudo seguirle el paso. Corrió y corrió, corrió más que nunca antes lo había hecho y por calles que no sabía que existían en la cuidad, eso hasta llegar a un barrio que no conocía en absoluto, un lugar gris y sucio, lleno de casas pequeñas que parecían estar a un segundo de colapsar. Miguel se detuvo exhausto en una tranquila esquina donde un niño jugaba con una pelota. Por algunos minutos Miguel se le quedó mirando; Parecía un niño como cualquiera, pero vestía diferente, su ropa le quedaba grande y parecía que no era lavada hace días. Al poco rato el chico se sentó junto a Miguel y lo observó con mirada inquisidora. – Parece que estás lejos de casa. – Eso creo, corrí mucho, creo que nunca había estado por aquí. ¿Vives cerca? – Aquí junto. El chico señaló una casa pequeñísima, aún en comparación a las demás de la calle. Continuó preguntando: – ¿Y tú, por qué corrías? – Quería alejarme de casa. Discutí con mi padre, tenía tanta rabia que no aguanté más. – ¿Rabia?, ¿Por qué? – Es que hay una bicicleta fabulosa, es la mejor del planeta, pero mis padres ya me compraron mis regalos de este año así que no quieren comprármela. – ¿Y por eso te enojaste? El chico parecía no entender la razón que le daba Miguel. – ¡Claro que sí!, obvio, no entiendo porque son tan injustos, si mis otros regalos pueden servir para otra ocasión. – Sabes que no te entiendo, estás enojado cuando deberías celebrar. – ¿Ah? – Claro que sí, tus papás te tienen regalos hechos con todo su cariño y tú reclamas por una tonta bici. Mi mamá no tiene para hacernos regalos a mí y a mis hermanos, ni siquiera pasará la navidad con nosotros, porque debe trabajar. – ¿Cómo, pero entonces quién hará la cena de navidad? – No tenemos cena, mañana mamá llega con la comida que sobre en el restorán y comeremos juntos. – No sabía que te la llevabas tan pesada. – Así es para algunos, no todos tenemos la suerte que tú tienes y más encima ni te das cuenta de ello. El muchacho se levantó de golpe y entró rápido a su casa, al abrir la puerta Miguel vio a 3 niños más en una pequeña salita sentados en un colchón tirado en el piso. La puerta se cerró y Miguel quedó solo. Un gusto amargo subía por su garganta, que parecía apretarse en un grito inaudible. Miguel se puso de pie y corrió en dirección a casa. Ya era de noche cuando se detuvo frente a su puerta, la luz de la sala estaba prendida y se escuchaba alboroto a dentro y la voz de su madre que discutía con alguien por teléfono. Cuando se abría la puerta, toda la familia se dio la vuelta de inmediato y Josefa corrió donde Miguel que la abrazó con todas sus fuerzas. Su madre lloraba mientras le besaba la cara y sus hermanos y padre se abrazaban al ver que Miguel había vuelto sano a casa. – Mamá, papá, lo siento tanto… fui un tonto… estuve con un niño… todo era tan triste… no quise… – Más lento mi niño, no te preocupes, lo único que importa es que estas aquí, nos tenías tan preocupados. Miguel pasó los siguientes minutos contando lo que había ocurrido, mientras toda su familia escuchaba expectante. Les dijo que había conocido a un niño, les habló de su casa y de su madre. Al terminar el relato, guardó silencio, su madre extendió su mano y acarició la frente de Miguel. – No debí actuar como lo hice, ustedes son geniales y yo fui muy egoísta. Lo siento, yo no necesito esa bicicleta, no necesito ningún regalo y el berrinche de esta tarde, bueno… fue eso, una tontería. Lo único que quiero esta Navidad es estar con mi familia. – Hijo, estoy orgulloso de ti. – ¿Cómo es eso papá? – Es que a tu madre y a mí nos has dado el mejor regalo de navidad. Todos hacemos tonterías y actuamos egoístas de vez en cuando, pero esta nochebuena entendiste lo que significa la Navidad. No son los regalos, ni la comida, es disfrutar en familia y dar amor sin querer nada a cambio. Esa noche de navidad, Miguel y su familia se sentaron en la sala y contaron historias y rieron toda la noche. Miguel nunca olvidaría esa Navidad, la mejor de todas.

Por Miranda Mayne-Nicholls V.

Diciembre 2009

¡Feliz Navidad!

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Por Alida Mayne-Nicholls

La agente Marla se había enfrentado a casos muy difíciles desde que se había graduado de investigadora. Ese evento le había cambiado la vida, como ella siempre había querido. Ahora se encontraba a pocos días de celebrar su primer aniversario como agente, pero estaba tan ocupada con un nuevo caso que no había tenido tiempo siquiera de pensar en cómo iba a conmemorarlo.

“Ya habrá tiempo de pensar en aniversarios”, se había dicho a sí misma durante algunas mañanas, con tanto convencimiento que prácticamente lo había olvidado. Su madre, que seguía siendo una gallina ponedora de gran renombre en la granja, había realizado esfuerzos infructuosos por conseguir la atención de Marla. Y no necesitaba mucho: un listado de sus amigos y la confirmación del día y hora de la fiesta. Ella se encargaría de todo lo demás, desde las decoraciones a la comida. Pero cada vez que trataba de hablar con Marla, ella andaba recorriendo la granja con su lupa, o revisando pistas en el microscopio, o metiendo en bolsitas de plástico las evidencias que encontraba.

Ni siquiera cuando Marla atrapó al ladrón de los guisantes las cosas cambiaron. Estaba demasiado ocupada en revisar por tercera vez la evidencia, para que en el juicio no se cometiera ningún error que pudiera dejar libre al ladrón.

Cuando terminó el juicio –en el cual hubo una inapelable sentencia de “culpable”-, la agente Marla tampoco se dio el tiempo de atender los llamados cluecos de su madre. Ya el mayor Tricho le había hecho llegar una nueva asignación. El caso se veía complicado, de hecho, le parecía que podía tratarse de varios misterios condensados en uno solo, debido a que había habido robos de las más diversas especies, algunos tomados de la mismísima despensa de la casa grande: harina, aceite, papeles de colores, frutillas… Y la lista seguía ampliándose con el correr ¡de las horas!

La agente Marla comprendió rápidamente que no podía perder tiempo en esta asignación, porque el ladrón –aunque posiblemente se trataba de toda una pandilla- actuaba a cualquier hora del día. En algunas ocasiones se denunciaban robos apenas minutos después de que la agente Marla hubiera abandonado la escena del crimen. No podía entender cómo un grupo tan sigiloso de seres la estaba sacando de sus casillas, a ella, que siempre se dejaba guiar por su intelecto.

El principal inconveniente era que el o los ladrones eran muy cuidadosos. La mayor parte de las veces no conseguía ninguna pista, nada, ni siquiera la huella parcial de una pata de gallo. Al principio le había sorprendido la sagacidad de los ladrones, luego la sorpresa se había convertido en desazón. Había llegado a tal extremo su pesar, que temía que no podría resolver el caso. ¿Y qué pasaría entonces con su reputación? Después de todo, la agente Marla tenía un registro impecable y en su hoja de vida sólo había reconocimientos y felicitaciones. No podía manchar eso con un “caso no resuelto”.

Tenía ya una gran colección de robos relacionados con el caso y tan poca evidencia, que pensó que lo apropiado sería no seguir dejando sus propias patas marcadas en el suelo de tanto andar, y encerrarse en su cuarto a pensar. Si el ladrón era tan inteligente, entonces necesitaría pensar con más claridad que nunca para descubrirlo. Aunque no tenía muchas pistas, tal vez podría llegar a pensar como él y si lo pillaba con las manos en la masa, eso contaría para cualquier jurado.

La agente Marla cerró con llave su cuarto y se sentó en un pequeño taburete, mirando hacia la pared. Era como si su madre la hubiera castigado, pero lo cierto es que no quería interrupción ni distracción alguna. Se apoyó en sus rodillitas y se puso a pensar, pensar y pensar. Su mente no se detuvo y, de pronto, se dio cuenta. Se llegó a caer de espaldas de la impresión, dejando que algunas de sus plumitas se desprendieran y volaran por los aires. Muy compuesta se levantó, arregló su plumaje y abrió la puerta.

Claro que había una pista. En todas las escenas del crimen había visto lo mismo. No le había dado importancia, no lo había relacionado con el ladrón, porque la marca aparecía antes del robo. ¡Los lugares que iban a ser asaltados eran marcados antes! Y ella había visto esa marca aparecer en un nuevo lugar. Si se apuraba llegaría antes que los ladrones hubieran partido y los esposaría en el acto.

Se acercó hasta el gallinero, y notó más movimiento del que ya tenía un gallinero lleno de gallinas ponedoras. Pensó que los ladrones ya estaban adentro, así que corrió, derribó la puerta y ¡los sorprendió en el acto! O más bien, la sorprendieron a ella en el acto. Porque al echar abajo la puerta, se dio cuenta de que no había ladrones, sino una fiesta para celebrar su primer año como agente. Su madre lo había planeado todo con el mayor Tricho, sabiendo que lo único que podría llamar la atención de Marla era un caso de difícil resolución. Así que la agente Marla olvidó el caso –“aunque de todas maneras lo resolví”, pensaba ella- y se dedicó a celebrar con sus amigos.

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1426689000_4518c352bfUn poema de Allegra Mayne-Nicholls

Te he traído una rosa,

La he traído para ti

En la puerta la he dejado

Allá cerca del jardín.

Descansa entre violetas

Jazmines y azucenas

En sus gotas de rocío

Tan brillantes como estrellas.

Iluminan en tus noches

A la hora de dormir

Para que en  tus bellos sueños

Nunca te olvides de mi.

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397839362_ed5956244e–  Nos veremos en la plaza… mañana… ¡a las 4!

A Mauricio le daba vueltas la cabeza, de pronto se encontraba frente a quién era posiblemente el peor matón de colegio de había conocido en su vida.  Pero claro eso no era todo, no sería nada que estuviese frente a él, sino que Mauricio, sin estar muy seguro de cómo había llegado a ese punto, estaba siendo retado a la pelea del año.

–    ¿Y tú le has pegado a alguien?, porque te informo que eso es como lo principal de una pelea.

–  ¡Estás loco!, mis padres me matarían, si no fuera porque no creen en la violencia.

Hay algo que tienen que entender acerca de Mauricio y su familia, ellos no son de lo más “tradicionales”, de hecho todo lo contrario, los padres de Mauricio son parte de una raza casi extinta: Son hippies.

Lo que la mayoría de la gente ve como muchas flores y colores, para Mauricio era una verdadera pesadilla. Es que no es fácil ser el chico nuevo en el colegio, más aún con costumbres familiares que rayan en la psicodelia.

Ya hacía un año que Mauricio, por primera vez en su vida, había emitido un juicio totalmente contrario a lo que sus padres esperaban de él y frente a todas las aprensiones que ellos podían tener, había decidido dejar el alma mater de papá y mamá, “El Instituto Kimeltu de las artes y la ecología”, para emprender un futuro sumamente corriente en el Liceo más cercano.

–  ¡Tanto potencial desperdiciado!, ¿y qué es eso tan especial que enseñan en ese liceo para que quieras cambiarte Mauricio?

–  Bueno… Matemáticas, Física, Gimnasia… No se, lo típico supongo.

–  Y todos los valores que te hemos inculcado, el amor a la naturaleza, el misticismo…

–  Si papá, eso es todo muy lindo, pero tú sabes que con misticismo no se llega a la universidad.

–  ¡¿Universidad?! Tú crees que la inspiración del pintor, la pasión del poeta, ¿tú crees que eso se enseña en una Universidad?

–  No, creo que no, pero Ingeniería…

En ese instante la respiración del padre de Mauricio se detuvo por exactamente 10 segundos, tiempo suficiente para que sus chacras terminaran por desalinearse.

–  Esto es el fin, ¡Quiere ser ingeniero!

Luego de mucho debatir – porque sus padres nunca discutían, ellos debatían, lo que significa un intercambio libre de ideas – por fin dieron su brazo a torcer, dando así paso a una larga lista de eventos que culminarían el día de la gran pelea.

–  ¿Yo soy o no soy tu amigo?

–  Claro que lo eres.

–  Pues como tal te recomiendo lo más sensato: ¡Escapa!, escapa lo más lejos posible, porque  te digo que Molina te va a pulverizar.

Por mucho que la opinión del Seba fuera por lejos la más pesimista del planeta, Mauricio no podía dejar de pensar que tenía toda la razón.  El no estaba listo para enfrentarse a un peleador profesional, si para algo no había sido preparado en su vida era para pelear; sobrevivir de la naturaleza en caso de perderse en el bosque o  clasificar las variedades de té de hierbas que se producen artesanalmente en Chile, para eso sí que estaba preparado.

Camino a casa repasaba el día tratando de evitar al menos en su mente el fatídico instante en que él mismo se había sentenciado a muerte.  Desde su primer día de clases en el Liceo, Mauricio supo que se le haría difícil encajar, y no era sólo esa estela de olor a aromaterapia que lo seguía a todas partes, es que a cada momento le salía lo “hippie” de adentro.  Si no era el pan integral con tortilla de berro al almuerzo, era el chaleco tejido a mano con lana de alpaca.

– Chicos, hoy hablaremos de los ‘60. Una década repleta de eventos trascendentales…

Con esas palabras comenzó el final de los días de Mauricio.  La verdad al principio todo iba bien, el profesor habló de montones de temas relacionados con la década del ’60: Les contó a los chicos sobre las primeras exploraciones del espacio e incluso del surgimiento del feminismo – tema que para el porcentaje masculino de la asistencia, no resulto tan atractivo como el primero.  Mauricio estaba interesadísimo, le encantaba la historia y el profesor Rodríguez hacía las clases entretenidísimas representando los temas a manera de teatro.

–  Y como muchos de ustedes deben saber, a finales de los ’60 se realizó en EEUU un concierto que marca la manifestación más grande de un movimiento nacido en durante esta década.  “Woodstock” reunió a algunos de los artistas más importantes en torno a la congregación más grande de hippies que el mundo hubiera visto.

Mauricio había escuchado miles de veces del concierto del ’69, tanto que a veces sentía como si hubiese estado ahí y pese a que él, por susto, NUNCA hablaba en clases, no podía evitar en su cabeza interrumpir al profesor con correcciones y acotaciones al tema que hubiesen completado la narración de su maestro, mas de repente se alzó una mano a la mitad del relato interrumpiendo al profesor:

–  Profesor, disculpe, pero qué es ser “hippie”

Mauricio no pudo evitar ahogar una pequeña risa al escuchar la pregunta de su compañera.

–  Bueno Camila, de hecho iba para allá.  Este es un movimiento surgido durante la década del sesenta que postulaba la libre expresión y el amor por sobre la guerra entre otras cosas como…

–  ¡Vagos!

Todo el salón de clases quedó en absoluto silencio ante la categórica sentencia del Pancho – también conocido como el matón Molina.

–  ¿Qué dijiste Mauricio?  Dijo un profesor bastante desorientado.

–  Lo que escuchó.  Mi padre me ha hablado de esos tipos y dice que son todos unos vagos.

Algo apretó el pecho de Mauricio, el tenía claro que sus padres podían ser un poco locos y que esa locura lo exasperaba de tanto en tanto, pero ¡nadie los llamaba vagos sólo por ser diferentes! Fue entonces que Mauricio se dio cuenta que estaba de pie junto a su puesto con un ardor que le llenaba el pecho.  Nadie había visto nunca a Mauricio de pie frente a la clase. Su  mejor amigo, el Seba, ni siquiera se acordaba de la última vez que lo había escuchado dar una opinión en voz alta en alguna de sus clases, pero ahí estaba, fijando la mirada sobre el matón Molina, que se la devolvía sin temor.

–  ¿Se te perdió algo?

–  N…no deberías hablar a…a…así de gente que no conoces.  No tienen por qué ser vagos sólo porque tu papá lo dice, ¿qué sabe él?

El matón Molina se puso de pie sin dudarlo y se le paró delante con la nariz pegada a la de Mauricio, o por lo menos 20 centímetros por sobre la suya, es que era el más grande la clase.  Mauricio tiritaba completo al darse cuenta de lo que le había causado su gran bocota y ahora no quedaba nada más que aguantar como hombre.

–  Nos veremos en la plaza… mañana… ¡a las 4!

Y con esa sentencia comenzó el calvario de 26 horas de Mauricio.

La noche previa al encuentro fue terrible, no había como pegar un ojo y de sólo pensar en lo que podría hacerle el matón Molina se le aceleraba la respiración.  Incluso sus padres lo habían notado extraño a la hora de cena, pero habían atribuido su comportamiento a una gripe y determinado que lo mejor para esos casos era  un jugo de naranjas con jengibre.

–  ¡Buena suerte hoy, Mauricio!

–  Fue lindo conocerte, compadre.

Todos tenían algo que decirle a Mauricio esa mañana, pero él no hallaba que responder de vuelta. 2 horas después de la hora de salida de clases Mauricio tenía una cita con el destino y no estaba para nada seguro de que hacer al respecto.

Tal vez era el destino siéndole cruel, o tan sólo la ansiedad ante su encuentro con el matón Molina, pero parecía que las horas estaban pasando demasiado rápido ese día, hasta la clase de matemáticas, que solía ser eterna, pasó como si nada.  A la hora de almuerzo se sentó junto al Seba como todos los días, en una mesa junto a la ventana, todos en el comedor se le quedaron mirando con lástima, es que hasta los alumnos de los cursos mayores le temían a Molina y ver al chico nuevo horas antes de su enfrentamiento era como ver a un hombre muerto caminando.

–  ¿Y qué pretendes hacer?, no me digas que te vas a presentar a la pelea.

–  Y que quieres que haga, todos esperan que el chico nuevo se acobarde y no puedo darles en el gusto, estoy cansado de que me llamen cobarde y aunque me cueste un puñetazo en la cara, estoy dispuesto a aguantarlo.

–   Me alegra escuchar eso amigo, porque si algo te espera esta tarde es un puñetazo en la cara.

–  Gracias Seba, tú siempre sabes que decir.

–  Cuando quieras.

Sonó la campana de salida y todos en el salón de clases se dieron vuelta para ver a Mauricio, todos excepto a Molina, que tan sólo se puso de pie, se arremangó las mangas de la camisa y salió por la puerta.

Las 2 horas previas al encuentro pasaron aprisa, Mauricio se encontraba en cierto trance que anticipaba su final y el camino a la plaza lo caminó casi por inercia.

Al llegar se encontró con más concurrencia de la que esperaba, todos en círculo entorno a un Molina borracho de adrenalina, actuando como un animal salvaje, completamente irracional.  Al ver que Mauricio había llegado, los asistentes empezaron a empujarlo hacia el centro del circulo, sin que él pusiera demasiada resistencia, si había que terminar con esto, mejor que fuera rápido.

Al aparecer de entre la gente, el matón Molina lo miró con ojos desorbitados, como un león hambriento, pero carente de la astucia de aquel animal y Mauricio sintió como un soplo le hinchaba el pecho y los tiritones de sus manos se tensaban hasta hacer de toda la inseguridad corporal que le había acompañado durante el día, una cosa del pasado.

–  ¿Y “Mauricio”, estás listo para tu fin?

–  No.

–  Perdón

La respuesta descompuso a Molina, lo último que  esperaba escuchar era una negativa, esperaba llantos y súplicas como siempre, pero esta respuesta era nueva.

–  ¿Sabes que, Francisco?

Nadie llamaba a Molina por su nombre de pila, estaba fuera de discusión.

–  Tú no quieres hacer esto.

Nadie entendía nada, hasta que la presión había llevado al hippie a la locura.  El Seba miraba desconcertado a Molina que no hallaba qué hacer del camino que habían tomado los eventos.  Lo que nadie sabía, es que Mauricio, luego de meses de ocultar lo que era, se había dado cuenta que su única salida a este entuerto, era enfrentarlo de frente con todo su poder hippie: Paz y amor.

–  ¿De que me hablas tú, chico naturista?

–  No tienes que seguir haciéndote el fuerte, eso no te llevará a nada.  Y qué si me pegas, ¿acaso hará más verdad lo que dijiste ayer en clases?, no, para nada, lo único que hará es que todos los que están aquí te odien aún más de lo que ya te odian.

Esto era cómo Davis y Goliat, versión hippie, Mauricio le estaba dando con todo lo que tenía a Molina y eso era con la razón, no sabía si funcionaría, pero aunque no sirviera de nada, se iría con todos los honores del que pelea de vuelta.  Molina lo miraba con cara de quién no entiende nada, y aunque Molina ciertamente no era el chico más brillante, muchos de los que estuvieron ese día, tampoco entendían nada.

–  Es que mira a tu alrededor, me tienes aquí porque eres simplemente un intolerante y eso no va a cambiar nunca.  Tienes suerte de que aquí nadie es más grande que tú y por eso dejamos que nos asustes, ¿pero, acaso pretendes responder así a todo lo que no entiendes, aportillándolo?

La multitud se estaba aleonando, el discurso del hippie estaba funcionando y por fin su público estaba respondiendo a la matonería de Molina.  Pero cuando Mauricio ya se estaba dando por vencedor con su discurso pacifista Molina respondió con todo lo bruto que podía ser.

–  A ver si de una vez te callas.

Las luces se apagaron y lo siguiente que Mauricio supo, fue que se encontraba tendido mirando al cielo con una multitud a su alrededor, a su lado se encontraba su amigo.

–  Eso fue increíble, creo que un record, te noqueó en menos de 10 segundos.

–  ¿Qué? ¿Que no sirvió de nada?

–  ¡Estás loco, eres un héroe! Luego del embarazoso detalle del puñetazo que te dio Molina pasó lo inesperado…

Y Sebastián tenía razón.  El discurso de Mauricio había surgido efecto, sólo que no exactamente en la persona que él esperaba.  Mientras el bruto de Molina había respondido con lo único que sabía, con violencia, el resto de los espectadores habían caído en cuenta de que la presión que ejercía Molina sobre ellos no era nada más que fuerza bruta, y que por muy fuerte que fuera Molina, no había como le diera una golpiza a todos ellos juntos.

–  Todos te defendieron, y ninguno tuvo que levantarle un brazo, le dijeron exactamente lo que era y que nadie aguantaría más sus abusos, fue increíble Mauricio, tú, de todos nosotros el que menos nos esperábamos… ¡Tú te enfrentaste a Molina en tus propios términos!

Luego de ese día, el matón Molina pasó a ser un mito en el Liceo, ya nadie estaba dispuesto a tener miedo y de hecho al ver a un hippie enfrentarse a Molina, ya nadie parecía encontrar razones para tener miedo en absoluto.  Sin embargo mientras Molina pasó a ser un distante mito, Mauricio se convirtió en una leyenda, fue el hippie que se enfrentó al más terrible de los matones, y esto a Mauricio lo llenaba de orgullo.

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Un caso para las agentes Korokokó3063364001_f1cb9c0c39

Por Alida Mayne-Nicholls

Uno no esperaría encontrarse con un altamente entrenado y perfeccionista grupo de agentes como las Korokokó. De hecho, las gallinas no suelen ser vistas como un animal que sepa defenderse, aunque si alguna vez te has atrevido a tomar un pollito en presencia de su madre, te habrás dado cuenta de que la gallina no escatima fuerzas y picotazos en defender lo que es suyo. Esa es la tendencia natural de las gallinas, pero no las convierte en forma automática en una agente Korokokó, eso sería demasiado simple.

Las agentes Korokokó son elegidas desde que apenas son unos polluelos de dos semanas de vida, de manera que hayan completado su entrenamiento la misma semana que estrenan en sociedad su plumaje de adultas. Para el ojo humano es prácticamente imposible distinguir cuáles fueron las cualidades que los reclutadores vieron en esos polluelos, pero lo cierto es que nunca se equivocan. Cuando escogen un polluelo ten por seguro que se convertirá en una agente perfecta y que su plumaje no solo las protegerá del frío y el calor excesivos y de los picotazos de las gallinas que quieren mostrar su superioridad,  sino de los peligros más extremos a los que se ven expuestas gallinas como las Korokokó.

La gallina Marla se había convertido en agente hacía un par de días. Se había emocionado mucho con la ceremonia de graduación, ya que había sido la mejor de la clase y su madre, una gallina ponedora que le había dado un sinnúmero de hermanas, no cabía en sí de orgullo.

La ceremonia de graduación siempre era un gran evento y teniendo como invitadas a gallinas de diferentes granjas y en grandes cantidades, no se trataba de un acontecimiento muy silencioso. Por el contrario, no había forma que las gallinas dejaran de cacarear todo el rato, comentando quién se veía mejor, quién tenía más invitados o cuál de las agentes se veía más perfecta y marcial.

Por supuesto, todos concordaron en que era la agente Marla la que mejor se veía, con su pecho bien expuesto y la cola y la cabeza bien en alto. Durante su entrenamiento había sacado las más altas notas siempre. En los combates no había zorro ni gallo que hubiera salido libre de la humillación de la paliza que Marla les había dado. Y además se había convertido en una experta en código morse y en desciframiento de mensajes secretos.

Ahora se encontraba en la oficina del mayor Tricho lista para recibir su primera asignación. El mayor, un gallo de pocas palabras y un kikirikí que era famoso en toda la región, le extendió un sobre lacrado y le pidió que saliera de su despacho. Marla sabía que debía abrir el sobre estando sola. Estaba ansiosa, pero lo disimuló bien mientras pasaba junto a las otras agentes y se encerraba en uno de los cuartos seguros. Cerró la puerta con pestillo y abrió el sobre. Leyó el mensaje bien unas cinco veces, para asegurarse de que no estaba malentendiendo nada, y después agarró el papel a picotazos. En pocos segundos había convertido el mensaje en un confeti diminuto, no habría forma de recuperarlo.

Lo que no era un secreto era la inundación que el huerto de la granja venía sufriendo cada semana desde los últimos dos meses. Había habido otras agentes investigando el caso, pero no habían logrado averiguar nada al respecto. Marla comenzó de inmediato. Primero revisó la zona del huerto en busca de pistas, y estableció puestos de vigilancia; ella misma encabezó el turno de noche.

De ambas actividades reunió las siguientes pistas: tres plumas de color café dorado, dos pelos rojizos, una huella parcial posiblemente de un animal, un grano de maíz y una botella de plástico con un poco de agua dentro. Analizó las pistas obtenidas en el laboratorio y decidió mantener su puesto de vigilancia durante una noche más y luego dedicarse a observar el movimiento de la casa grande, donde vivían los humanos de la granja. Concluidos cinco días de investigación, análisis y tanta reflexión que hizo que se le pararan dos plumitas rebeldes de su cabeza, redactó su informe y se lo llevó al mayor Tricho: el caso estaba resuelto.

El mayor Tricho leyó el reporte con seriedad extrema, revisó las pruebas, los resultados de laboratorio y las conclusiones de la agente Marla y sonrió. Esa noche él, Marla y el grupo de detención de las Korokokó esperarían en el huerto la llegada del culpable. Tal como lo había previsto Marla, cuando ya no había luces en la casa grande, se abrió la puerta y vieron una sombra salir. Era una persona que iba descalza y arrastraba los pies. Llevaba una botella de plástico en la mano derecha. La oscuridad de la noche protegía su identidad, pero ya todos sabían de quién se trataba. El mayor dio la orden y todas las agentes Korokokó se abalanzaron sobre la persona. Desde atrás Marla veía una nube de humo y plumas.

Al día siguiente, el capataz de la granja se asomó al huerto y se sorprendió al encontrar al hijo mayor de la casa grande, un adolescente colorín, atado en el medio de la vega, con la botella en la boca y un papel pescado en la chaqueta del pijama. El capataz tomó el papel y supo que tenía entre sus manos al culpable, aunque no se explicaba cómo había quedado atado de pies y manos. Pronto todos en la granja se enteraron que el hijo mayor salía de la casa sonámbulo en busca de agua para llenar su botella de plástico, la llenaba afuera y olvidaba cerrar la llave, por lo cual el huerto amanecía completamente inundado.

La agente Marla recibió su primera condecoración y otra vez su madre, la gallina ponedora, no cabía en sí de orgullo. Marla también estaba radiante de felicidad.

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