Hasta la agente Marla sabe que en la Navidad hay que desacelerar el ritmo y centrarse en la familia y los amigos. Tenía todavía algunos casos en los que trabajar, como el misterio del virus de los zapallitos italianos o la desaparición de la trompeta del gallo mayor de la granja. Pero, aunque reconocía la importancia de todo caso, hasta del más pequeño y simple en apariencia, había hecho un alto en el camino. Así que puso los expedientes en el cajón de “En espera hasta después de Navidad” y se dispuso a celebrar las fiestas como correspondía.
Lamentablemente la agente Marla no se imaginaba hasta dónde podía llegar el comportamiento de alguien inescrupuloso. La mañana de Nochebuena, se fue caminando hasta el gallinero de las ponederas más expertas donde vivía su madre, para ayudarla a preparar la cena de Navidad. Estaba de tan buen humor y el día estaba tan hermoso, que decidió dar la vuelta larga desde su gallinero de agentes hasta el de las ponedoras. Ese camino le permitiría detenerse un momento a contemplar el árbol de Navidad y el Nacimiento que la familia de la casa grande ponía en el jardín cada año.
Cuando llegó al jardín, no podía creerlo: ¡la estrella del árbol no estaba! Es más, ¡había desaparecido! Todos los animales lo comentaban. La familia de la casa grande se paseaba desconsolada y repetía: “No puede ser, si anoche estaba en el árbol”. Claramente alguien había tomado la estrella, ¡la habían robado! El hecho no podía archivarse en el cajón de “espera”, sino que debía enfrentarse inmediatamente, porque no se podía llegar a la Navidad sin la estrella. Se devolvió corriendo a su oficina, tomó sus implementos y firmó el expediente del caso 1525, lo que quería decir que ella se haría cargo de la investigación.
Como no había tiempo que perder, formó un equipo para el cual convocó a las más destacadas agentes, con diversas especialidades. La agente Carly, experta en recolección de pistas; la agente Remedios, especialista en ADN; y la agente Sol, un as de los interrogatorios. Ella misma participaría en cada aspecto de la investigación, puesto que era especialista en todo.
Debían apurarse, porque la desaparición de la estrella había causado desazón en la granja. El gallo mayor no quería entonar su quiquiriquí. Las ovejas se negaban a que su lana siguiera creciendo, y las vacas no hacían muuu ni se encontraban en condiciones de producir leche. Incluso su madre, aquella gallina ponedora tan optimista y alegre, se había dejado abatir y no era capaz de iniciar los preparativos para la cena de la noche.
Marla dio a las otras agentes exactamente una hora para trabajar. Concluido el tiempo en cuestión se reunieron, compararon pistas y se largaron a discutir sus teorías. En principio no parecía haber solución, ya que nadie había visto algo sospechoso, no había más huellas que las de la madre de la casa, quien había montado y decorado el árbol de Navidad. Las pruebas de ADN eran inconclusas; los interrogatorios, banales y las pistas insuficientes.
Marla estaba muy preocupada. Dijo a las demás: “No podemos dejar esto así. Sin la estrella, los Reyes Magos y los pastores no habrían encontrado el pesebre en que nació el pequeño Niño. Debemos esforzarnos”. Se dio cuenta de que debía interrogarse a los humanos, ¿pero cómo hacerlo? Aprovechó que se encontraban apesadumbrados para colarse a la casa grande sin ser vista. Estaban todos tomando desayuno y hablando de la desaparición de la estrella. Marla se escondió entre las frondosas hojas de una planta ubicada en un rinconcito, sacó su libreta y anotó cada palabra que era pronunciada en la mesa. De pronto, se dio cuenta. No le importaba ya ser muy sigilosa, así que salió corriendo del macetero en dirección al jardín, provocándoles un gran susto a los humanos sentados a la mesa. Los humanos salieron tras la gallina sin comprender cómo había entrado a la casa ni menos por qué había salido tan deprisa que había perdido una plumita.
Marla se fue aleteando y corriendo hasta el árbol que este año contaba con una decoración que simulaba un manto de nieve. Buscó bien en la nieve falsa y descubrió que ¡la estrella desaparecida estaba ahí! No había sido robada, sino que se había caído.
Cuando escuchó que los humanos comentaban el fuerte viento que se había levantado la noche anterior, supuso que, si la estrella había sido mal ajustada, podría haberse caído y estar escondida entre la nieve. Los humanos, que habían seguido a Marla, tomaron la estrella y la aseguraron a la punta del árbol. Todos estaban felices, de nuevo había espíritu navideño. Marla estaba extasiada, no solo porque había encontrado la estrella, sino porque nadie había robado un ícono tan importante. Contenta por haber cumplido con su deber, se fue con su madre al gallinero a preparar la celebración de Navidad.
Un abrazo de Alida Mayne-Nicholls