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víctima

El pequeño pudú gime; sus cortas patitas están manchadas de sangre. El pequeño pudú, la lechuza de ojos asombrados, el zorrito de cola chamuscada y otros animales que esperan turno en sus jaulas acaban de ser rescatados de un incendio forestal.

Cada año, en verano, nuestros bosques estallan en llamas .  basta con un grupo de chicos que quiso hacer camping, una familia que salió de picnic cerca del río, peor, basta con un inconsciente que se entretiene jugando con fósforos. Hay gente cuyo placer, aunque a nosotros nos parezca mentira,  es causar daño.

Una chispa basta. el viento sopla sobre ella y la llamita va creciendo hasta que una columna de humo se eleva sobre el bosque. después ´solo hace falta que actúe la indolencia: que el fuego tarde en ser advertido, que la Conaf lo considere demasiado pequeño para actuar de inmediato, que no hayan helicópteros disponibles para arrojar agua sobre las llamas. En cosa de horas, el fuego crece y arrasa con todo a su paso, a veces, incluso las casas de los campesinos. los árboles crujen al ser consumidos, las ramas caen, el viento sigue soplando y arrastrando su fatídica carga roja por los aires. Para las noticias, se trata de cuántas hectáreas han sido arrasadas, para los animales que habitan el bosque, se trata de la vida y la muerte.

Otro verano, otros fuegos. ¿Hasta cuándo?

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El Hombre primitivo  estaba muy lejos de entender la grandeza oculta del caracol.  La primera vez que recogió uno lo observó con curiosidad. ¿Qué era esa cosita que se movía tan lentamente? Al tenerlo en sus manos quedó asombrado. ¡Qué bello era en su perfecto espiral!

Por supuesto, aquel Hombre no fue capaz de articular esas palabras, pero inmediatamente lo imaginó como parte de su dieta y lo incorporó a ella. Crudos le parecieron un asco, pero ya  cocinados sobre las ascuas de la fogata estaban mucho mejor y eran mucho menos difíciles de cazar que un mamut o un uro e incluso que un conejo.

Posteriormente, cuando superó el temor al agua, el Hombre descubrió que los Caracoles también  vivían en el mar y que sabían, si eso era posible, aún mejor que los otros. Sus caparazones eran algo diferentes, más imaginativas, más hermosas, si cabía.  El Hombre siguió comiendo Caracoles, aprendió incluso a soplar en sus caparazones como si fueran cornos y nunca más se detuvo. Le encantaban estos pequeños gasterópodos.

Los arqueólogos  han encontrado  pruebas de ello en  lugares habitados desde la Edad del Bronce y ya los romanos  dejaron pruebas escritas de su predilección por ellos. Un hombre llamado Fulvius Hirpinus  creó la primera  instalación  para su cría en Tarquinia allá por el  año 50 AC y las granjas en que los romanos los  cultivaron fueron llamadas cochlearum. El mismo Plinio el Viejo, el historiador, los recomendó como efectiva cura contra  males estomacales y  pulmonares…pero siempre que fueran consumidos en número impar. Lógica humana, ligeramente primitiva.

El Caracol, en tanto,  ha recorrido la tierra sin dejar nunca de cargar su casa.  De personalidad sumamente reservada, escogió nunca comunicarse en forma perceptible por el Hombre y por ese motivo El Creador dejó bajo su responsabilidad algunos grandes secretos que la humanidad  haría cualquier cosa por conseguir.

–         Tú tendrás –le advirtió- los secretos de la proporción áurea. Cada vez que construyas una nueva cámara de tu concha, está será más grande que la anterior en una proporción constante. El Hombre tardará  millones de vidas en desentrañar este secreto y aún así no llegará más allá de su aplicación  práctica básica…

Y luego le musitó  al oído todo aquello que verdaderamente se podría alcanzar con dicho conocimiento.

Asombrado, el Caracol  observó su caparazón en el espejo del charco más cercano. ¡Hasta él se sorprendía de haber sido escogido para cargar con esa perfecta representación de phi  sobre su pequeño y esmirriado cuerpecillo!

Mirándose un poco más, se encontró tan perfectamente hermoso que no pudo resistir la tentación de trasmitir su secreto a los demás. El problema era que no tenía cómo hacerlo: se había privado voluntariamente de toda comunicación posible con el Hombre.

Y entonces,  milagrosamente, recordó su baba. ¡Claro, allí tenía el medio y  sería imposible que los Hombres dejaran de ver los mensajes! De esa manera, el Hombre y el Caracol serían amigos para siempre.

Trabajosamente,  trepó una roca y una larga, fina estela brillante fue marcando su camino.  El  Caracol  escribió en ella, codificado, el secreto universal que El Creador le confidenciara, palabra por palabra.

El primer Hombre que pasó por allí vio su huella y supo inmediatamente lo que le pareció  más importante de dicho mensaje:

-Hm, por aquí  hay Caracoles…y yo tengo hambre.

Rebuscó bajo las matas y recogió todos los que pudo para comérselos a la primera oportunidad.

Afortunadamente, uno de los escribas había reptado hasta  unas matas más lejanas de manera que, espantado por la desleatad y estupidez del Hombre,  convino con los demás de su especie la perfecta venganza: Por el resto de la vida de la tierra, los caracoles contarían los secretos del creador en todas las superficies reptables…y el hombre sería incapaz de usarlos en su provecho.

Por supuesto, El Creador estuvo algo molesto por  el incumplimiento de los Caracoles a su promesa de no  contar su secreto al Hombre, pero cuando comprobó personalmente que  el aludido era aún más ciego a la verdad de lo que había pensado, se rio largamente a costa suya. ¡Cómo era posible que su máxima creación fuera tan poco  lista, seguramente, había cometido algún error en el proceso!

El Caracol, en tanto, sigue adelante con su venganza. Ahora que el Hombre lo cría en forma industrial para aprovechar sus cualidades está aún más  furioso que antes y en las mismas barbas de su tirano, escribe:

-Hombre, torpe glotón de pacotilla, deja de comerte la Naturaleza entera y aprende que …

Y luego pinta de un tirón el mensaje secreto del Creador. Total, no hay ningún riesgo de que  ellos lo entiendan.

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Desde el amanecer de la historia, el Zorro y el Conejo mantuvieron una estrecha relación. A mayor abundancia de Conejos, mejor alimentados estaban los Zorros y  dado que el Conejo  se sentía lo bastante inteligente como  para  despistar a su principal predador,  ambos compartían los campos y colinas de Inglaterra sin pensar en el mañana.

Sin embargo, Conejo ignoraba que un terrible  destino se cernía sobre su pequeña y peluda cabecita: los granjeros estaban molestos por su extrema facilidad para reproducirse y, egoísta como es el Hombre, querían a todo coste deshacerse de ellos. Algunos más malvados que de costumbre,  entregaron el problema en manos de los científicos.

Los científicos han hecho innumerables y valiosos aportes al desarrollo de la Humanidad, pero  a menudo ignoran que lo más valioso de nuestro planeta es la Vida y que el deber del Hombre es preservarla respetuosamente en todas sus formas.  Pasando sobre este principio,  los científicos descubrieron que el peor enemigo del Conejo Europeo era un virus, un virus que le significaba una larga y dolorosa muerte y que en poco tiempo destruía las poblaciones de Conejos Europeos al punto de situarlos al borde de la extinción: el virus trasmitía una enfermedad llamada Mixomatosis.

Los primeros en dedicarse a combatir conejos con este virus, fueron australianos. En realidad el conejo no era una especie nativa y como suele ocurrir había sido introducida por un descuidado granjero que quería ganar más dinero. ¿Alguno de ustedes ha leído algo similar antes? Claro. Hay granjeros que han trasladado visones, hurones, coipos, jabalíes, ciervos, llamas y alpacas. Los primeros en sufrir las consecuencias son los integrantes de la Fauna Autóctona y el motivo de estas radicaciones forzosas es siempre el mismo: la codicia.

Los granjeros franceses tampoco estaban satisfechos con su población de Conejos. “Son demasiados –decían-, acaban con nuestros cultivos, provocan el hambre de nuestros animales domésticos, hay que acabar con ellos.”  

Conejo, ausente de las complejidades de la prensa y la burocracia agrícola, continuaba viviendo en el país de Jauja. Apasionados como son, vivían una vida de continuo  romance y se reproducían como…sí, eso mismo, como conejos.

Bastó un año para que una pareja de conejos infectados arrasara con el noventa por ciento de los conejos franceses. Poco después la plaga atravesó fronteras  desangrando las colonias belgas  e incluso cruzó el canal de la Mancha despoblando de conejos las colinas de Gran Bretaña.

Zorro, ignorante de lo que estaba sucediendo, descubrió repentinamente una epidemia tan peligrosa como aquella: la del hambre. Mientras los Conejos agonizaban en sus madrigueras, los Zorros vagaban  famélicos y desesperados. El Hombre, una vez más, había jugado cruelmente con la Naturaleza. El Hombre, como siempre,  ganaba. Los animales, los perdedores, sufrían.

La vida es fuerte, así como en Australia los Conejos  generaron resistencia a la cruel epidemia, algún día los Conejos de Europa volverán a ser fuertes. El amor, dicen ellos, nos salvará, y continúan trayendo  gazapillos al mundo sin medida ni control.

Pero Zorro tenía tanta hambre que se acercó a las granjas mucho más de lo que la prudencia aconsejaba. El granjero tendía trampas, lo obligaba a huir con sus escopetas. Desesperado, Zorro fue más lejos, tan lejos que la silueta de las ciudades se fue acercando cada vez más hasta que un día Zorro se encontró cruzando una calle de Londres.

¡Qué horrible podía ser todo allí! Los coches abundaban tanto o más que en las carreteras que ya había aprendido a esquivar y el suelo que pisaban era duro como la piedra, helaba en invierno y ardía en verano.  De pronto, Zorro divisó unos árboles  y corrió a refugiarse a su sombra y con asombro, se vio en medio de un bello parque.

-Esto –se dijo Zorro- es casi tan bueno  y bello como la campiña que debimos  dejar atrás.

Esa misma tarde descubrió la existencia de  unos receptáculos llenos de alimentos. Si Zorro  hurgaba en ellos antes de que los camiones del hombre  los vaciasen podía llenar la barriga hasta que no había un milímetro más  de espacio por llenar.

A medida que otros miembros de la familia fueron llegando a las ciudades,  encontraron otros parques, estadios, plazas  y jardines. Hábilmente,  Zorro  se escondió en los callejones oscuros,  armó su madriguera  bajo escaleras o en alcantarillas.

-Nosotros – dijeron- podemos usar al Hombre así como él se ha servido de el Zorro  y a cambio, no recibirán los daños que nosotros hemos tolerado.

En todo caso, los Zorros son orgullosos,  no querían que el Hombre los acusara de parásitos, mendigos o ladrones. Han echado a correr el rumor de que  llegaron atraídos por  la alegría y la música del Swinging London y ni muertos reconocerían que lo hicieron por necesidad.

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